
Fecha: Miércoles, 10 de mayo de 2023
Lugar: Centro de Arte Contemporáneo (CAC), Quito, Ecuador.
Curadora: Lupe Álvarez
Jenny Jaramillo es una artista fundamental para entender los desplazamientos del campo artístico que, en la década de los años noventa, abrieron paso a lo que hoy llamamos arte contemporáneo. Ella, junto a otro grupo de artistas, la mayoría compañeros de estudio en la Universidad Central del Ecuador, cuestionaron, en aquellos años, la hegemonía de las bellas artes removiendo nociones asentadas del objeto artístico, el lugar del espectador en las prácticas artísticas, el rol de los medios expresivos y el descentramiento de los espacios convencionales de concebir e instalar sus obras. Con ello apuntaron a la disolución de las fronteras entre dominios estéticos y exploraron maneras en las que el acto creativo puede inscribirse en espacios y formas que discuten la artisticidad misma.
El performance, la intervención, la pintura expandida, el arte procesual y los desplazamientos de la figura del artista individual, araron el campo de la escena local con las contribuciones de artistas como ella. Sus obras, desde entonces, ayudaron a complejizar los modos en los que el arte comenta la conflictividad de nuestras sociedades, alejándose de estéticas edulcoradas mediante estrategias que expandían los vínculos del arte con prácticas y campos diversos de saber.
Estas nuevas formas que pueden inscribirse en una genealogía conceptual contribuyeron a pensar las prácticas artísticas desde otros espacios, por ejemplo, la docencia, que en aquellos momentos colocaba el énfasis en disciplinas artísticas y en técnicas y oficios asociados a dichas tradiciones. Jenny Jaramillo, de hecho, ha dedicado gran parte de su trayectoria al ejercicio pedagógico promoviendo otras formas de hacer y pensar las prácticas artísticas donde el proceso creativo, las contingencias y hallazgos imprevisibles, y formas temporalizadas de las artes visuales como el video arte, el performance y en general, estéticas situacionales, ocupan un rol fundamental.
Su itinerario estético guarda un estrecho vínculo con este edificio donde hoy habita el CAC, antiguamente un hospital militar abandonado en cuyos predios, al mismo tiempo que proliferaban la ocupación informal y el deterioro, emergían procesos creativos donde el espacio, el cuerpo y materialidades ajenas a los cánones artísticos convencionales, pugnaban por abrir camino a nuevas formas de arte.
Se trata de la primera mujer a la que el Nuevo Mariano Aguilera distingue con el reconocimiento a su trayectoria, celebrando el permanente desafío que define la andadura estético conceptual de esta creadora.
Jaramillo abrió ruta en el arte local para morfologías como el performance y el videoarte planteando estas manifestaciones en estrecho vínculo; logrando a través de la temporalización de acciones, gestos y situaciones inusuales, imágenes con notoria carga afectiva.
Con una formación académica orientada a dar prioridad a las técnicas y convenciones de las disciplinas artísticas, sus modos de hacer arte tomaron distancia de las formas tradicionales de hacer pintura. La tensión con su bagaje pedagógico la indujo a reformular otras prácticas disciplinares como el dibujo y el grabado puliendo los cruces de estas manifestaciones con estéticas procesuales y de contexto. Sus procesos han recurrido de manera notable a procedimientos como el collage, el objeto hallado y la intervención en lo ya hecho. Jenny Jaramillo revisa constantemente sus archivos, vuelve sobre ellos, los rehace por medio de nuevas relaciones entre piezas o fragmentos de sus procesos creativos habilitándolos en otros contextos, explorando formas en las que pueden mezclarse o llevándolos a otros lenguajes: como si nada se agotara o cerrara un ciclo.
Su obra suele apoyarse en la reiteración de motivos que adquieren casi una dimensión iconográfica, recurriendo a elementos de su entorno inmediato y a objetos comunes de la vida cotidiana. No están representados, sino que afirman su presencia en acciones como recolectar, embalar, disponer, acumular. A veces se articulan entre ellos enfatizando en esos ensambles azarosos, sus particularidades, como si sus precarias existencias dependieran de esas mezclas excéntricas. Podríamos reconocer la pertinencia en esta poética, de la noción de montaje que Marcelo Expósito identifica como el recurso de «reunir cosas heterogéneas en un conjunto fragmentado que resalta su discontinuidad estructural destruyendo cierta ilusión de autocoherencia y unidad de la forma y del discurso sin renunciar por ello a la producción de sentido», este último desplazado de sus orígenes en un acto transformador de reminiscencia, que remite a otro lugar.
Pero en vez de llevarnos de manera directa hacia significaciones previsibles o contenidos socialmente relevantes, la obra de Jaramillo apuesta por los afectos e intensidades perturbadoras que dimanan de esas colisiones, contagiándonos de un malestar medular asentado en la incomodidad que sus piezas traslucen.
La potencia de la imagen, los retos a su cuerpo en el performance; los modos en los que habilita su experiencia del espacio y esa insistencia en repetir motivos; en acoplar e instalar esas entidades que revive en cada pieza, son los ingredientes que acrecientan su poética y la convierten en un abanico de sutilezas perturbadoras.
La muestra que les ofrecemos, constituye una apuesta por ensanchar la experiencia perceptiva con un reconocimiento a las manifestaciones del espacio ampliado del arte que, en los albores de los años noventa, y hasta hoy, la trayectoria de Jenny Jaramillo ha ejemplificado. Una loa a lo impuro, a la contaminación y a la ruptura con los imaginarios clausurados sobre el cuerpo femenino, la identidad cultural, los códigos del buen gusto, de la obra consumada y de la belleza y trascendencia del arte. Todo esto se revela en esta exposición, con su sesgo contingente y efimero. Camuflajes, materiales baratos, disposiciones provisionales. Un profundo sentido del espacio que nunca es neutral; alteraciones que discuten la planitud de la pintura hasta convertirla en cuasi objeto, constituyen claves para la efectividad de la propuesta de Jaramillo y sostienen su dimensión atemporal.
En las obras pictóricas presentes en la muestra, la mayoría perteneciente a colecciones y muy escasas, están presente tópicos como las maneras en que se objetualiza a la mujer o se configuran imaginarios sobre lo femenino. Nunca se tratan de manera directa ni panfletaria sino que aparecen en formas densas, casi grotescas, con mucha acumulación de material y rasgos de la cultura vernácula sazonadas a lo kitsch, pero con primado de la alegoría. En la factura destaca el collage, el camuflage y la densidad matérica, incluso la adición de volumen que enfatiza esa nota abyecta que las mantiene alejadas de cualquier sentido del decorum.
Ella somatiza las relaciones conflictivas con un mundo que le resulta hostil, encarnando esa afección en actitudes y gestos forjados en la tirantez entre un cuerpo físico sintiente y perceptivo y entidades fortuitas. Algunas de esas materialidades emergen de su modo de estar en el espacio y de lo que este le revela. Otras dan consistencia a algunas de sus obsesiones.
Jenny Jaramillo ha declarado que su poética deriva de una serie de obsesiones; una especie de alteración que la hace volver una y otra vez sobre lo que ya ha hecho, de modo visceral, a veces sin objeto ni finalidad, pero muy atenta a la peculiaridad de la situación. En este caso y de manera consecuente con una poética performativa, más allá del objeto, puede convertir el evento de devolución de la obra suya que participó en la Bienal de Cuenca, en una situación que deviene un nuevo y excéntrico proceso creativo. Atenta a las características del paquete recibido, intentó extraer del mismo su contenido de modo inhabitual, abriendo un hueco y extrayendo lo que físicamente estaba a su alcance, insistiendo en hallar formas inéditas para esa materialidad con pasado que adquiere nueva forma. Entre esos impulsos persistentes insiste en esos materiales cargados de pasado y les desplaza hacia otros lenguajes. Parecería que en sus procesos siempre está presente la pregunta sobre lo que pasa cuando documentos, objetos o residuos de obras que ya tuvieron una existencia particular, pierden su dimensión simbólica y se convierten en detritus que estimulan al reciclaje.












Es a través de la presencia evasiva de su cuerpo, de los materiales alterables y del modo en el que ocupan el espacio sugiriendo contingencias y calidades precarias que, poniéndose en escena como factores conjugados, devienen toda una sintomatología del desasosiego, el extrañamiento y la ausencia de certezas. Todo lo que provoque su sensibilidad es retomado en sentido ambiguo, trasladado hacia un destino ajeno que bordea entre la obsesión y un decorativismo perturbador
Nunca abandona la pintura, el dibujo, el grabado, pero muchas veces estas técnicas se mezclan con otros elementos que las sacan del plano y las tornan materialmente poderosas y regularmente inquietantes. La indefinición pesa en ellas y se combinan desde un impulso que puede percibirse sin lógica aparente, pero poseedor de un pathos que transfiere fragilidad, precariedad y sentimientos de incomodidad.
La obra de esta artista orbita sobre el pathos que ciertos elementos transmiten, reconfigurados, pero siempre presentes. El efecto de esas presencias que retornan se intensifica por la manera en que se traducen en medios diversos – el dibujo, el grabado, el video- o por el modo en el que se instalan otorgando al dispositivo la facultad de acentuar determinadas sensaciones, disponiendo al espectador, a su cuerpo, a una forma especial de relacionarse con el espacio y con cada pieza.
En sus procesos queda implícito un énfasis peculiar en todo aquello que implique un hacerse en el acto mismo de ejecutar, un afán que va adquiriendo cuerpo en la medida que actúa dando forma a determinado material. El gesto tiene un sentido particular cuando se adecua al espacio o elige determinados dispositivos de presentación que condicionan al cuerpo a tomar una determinada postura, siempre incómoda y demandante.
Una incertidumbre productiva puebla la obra de Jenny Jaramillo. Ese no saber o la permanente sensación de andar a tientas, va configurando y dando forma a sus obras convirtiendo en fortalezas la inseguridad y el balbuceo. Esta cualidad provee a su itinerario de un prolijo archivo que la va rodeando y que puede seguirse como una especie de camino pletórico de indicios, muchas veces suspendidos en su particularidad, pero sin blindajes; dispuestos siempre a una deriva que avista nuevas rutas.
La obra de Jenny Jaramillo se estructura sobre un concepto clave: performatividad. En su caso, esta reformulación continúa en el acto mismo, no sólo se aplica a las prácticas donde su cuerpo expresa y transmite el modo en que le afectan determinadas contingencias o situaciones contagiando al espectador del espectro de incomodidades que casi siempre las piezas manifiestan. También se pone en evidencia en la cualidad de los objetos que usa, en sus disposiciones en el espacio o en la manera en que son alterados o combinados. Jaramillo tiene una vocación por esos materiales moldeables, susceptibles a ser modificados por la acción de determinados agentes externos o por sus propias cualidades como entidades físicas: ropa, juguetes, objetos domésticos que se rompen o deterioran y hasta sus propios detritus corporales, constituyen vehículos que aluden siempre, como en un fuera de campo, a aquellas fuerzas que sobre ellos se ejercen. Son entidades que se resisten a ser autosuficientes y a exhibir un estado autónomo; como si las interconexiones a veces dispersas, no identificables o azarosas, se erigieran sobre sus existencias rechazando la compartimentación. Se ofrecen como fragmentos que hilvanados por la impronta de un pálpito adquieren una extraña coherencia que les dota de potencial afectivo.
Existen otros elementos que otorgan una cualidad especial a su poética y tienen que ver con ese volcarse fuera de ella misma, pero siempre a través de un vínculo afectivo o de una experiencia que le toca. Algunos de esos acontecimientos significativos hallan anclajes en las circunstancias que han convocado a otros artistas a intervenir en su obra de manera imprevista; como cuando en su primera muestra individual realizada en 1991 en la Asociación Humboldt, el artista Roberto Jaramillo se apareció llevando un gato vivo sobre sus hombros. O cuando Patricio Ponce, otro artista de su generación, realiza una pintura referida al performance Piel, pared, galleta, en la que aparece Jenny cubierta con harina y salpicada de galletas, tal y como estuvo en presencia en dicho performance.
Esas memorias penden o están suspendidas como espectros que pueden volver a reactivarse. Podrían convertirse en citas a la que la artista recurre para desdoblarse en su interés encontrarse también fuera de ella misma.
A esta creadora no le cuesta descentrar su autoría refiriéndose a cómo le atraviesan sucesos que han protagonizado otros colegas. No sólo ha señalado aquellos a través de archivos que atesora, como la referencia al primer performance que se hizo en el mismo antiguo hospital, ejecutado por Damián Toro, sino que los cita y reconfigura su lugar a través del collage o de cualquier otro recurso que denota su presencia.
También Jenny Jaramillo ha expuesto su modo de concurrir en actitud silenciosa en acciones de otros artistas, interpretando de forma discreta el modo en que recibe estos gestos usando para ello el dibujo, la bitácora, el comentario y otras maneras de reescribir sus impresiones de un mundo con el que está conectada de manera afectiva convocando a la experiencia como brújula de su veta expresiva.
Como artista apegada a la tradición conceptual, los títulos o la ausencia de esos suplementos verbales que apuntalan el sentido, han jugado un papel importante en el conjunto de su obra. En ellos acude lo mismo a frases comunes en la cultura vernácula que se asocian irónicamente a las imágenes (Mamita rica, papita frita o Seis de bastos que no juega, son ejemplos de estos guiños retóricos) o pueden proponer un juego con referentes teóricos o literarios. En estos artilugios que se acoplan en sentido oblicuo a las piezas, se respira un humor cáustico.
Resulta interesante destacar el lugar de una especie de escritura creativa que Jaramillo emprende en cada propuesta. El proceder desde la incertidumbre y muchas veces sin propósito fijo, acatando la sugerencia que le lanza cualquier estímulo que se cruce en su horizonte perceptivo, abre un importante espacio para consignar preguntas, pensamientos, provocaciones que halla en alguna lectura, propuestas de montaje para alguna idea. Así se llena de cuadernos de apuntes cuya observación detenida facilita la entrada a su obra. En este recurso que merece ser revisado, está presente el dibujo en su condición expandida liminar con otros lenguajes.
Conversando un día con la artista, me reveló la importancia que para ella tuvo un hermoso ensayo de Giorgio Agamben llamado Ninfas[1]. Se trata de una interesante reflexión acerca de la energía condensada en cierto tratamiento de las imágenes, observable en obras de las que dimana una peculiar intensidad. De hecho, Jenny Jaramillo parafrasea en uno de los títulos de sus obras, una interesante reflexión de este pensador contenida en el texto de marras. Es verdad, yo meo, video performance que Jaramillo realizó en el 2018 para la Bienal de Cuenca, alude en su título con un filo alegórico, a ese curioso dato que Agamben registra. Según la correspondencia de Warburg que este autor cita, la ninfa es para aquel, un espíritu elemental, una diosa pagana en el exilio. En estas reflexiones sobre la genealogía de las ninfas que el texto desarrolla, hay algo que le resuena a Jenny. Las ninfas pertenecen a un «segundo grado de creación», «no tienen alma», no son hombres ni animales, ni propiamente espíritus, ya que tienen un cuerpo: «sometidas a la muerte, han quedado para siempre fuera de la economía de la salvación y de la redención» [2]. Este texto es uno de los referentes teóricos de la artista y es evidente que lo que le impacta es ese estatuto ambiguo de la figura mitológica, lo que Agamben describe como especie de mixtura en una sola entidad «son un pueblo de humanos que, sin embargo, mueren con los animales, caminan con los espíritus y comen y beben como los hombres». Agamben cita un tratado de Paracelso al que Warburg refiere. Las ninfas terminan siendo sólo una imagen enajenada de su plenitud a fuer de no tener espíritu. La conclusión es relevante: «la historia de la ambigua relación entre los hombres y las ninfas es la historia de la difícil relación entre el hombre y sus imágenes». El ensayo sigue ahondando en referentes que amplían la confrontación entre realidad e imagen y profundiza en «la cesura entre realidad e imaginación» A diferencia de las mujeres reales, las ninfas en su imposibilidad de plenificarse como realidades, no mean. Es de ese detalle soez, que, luego de una culterana disquisición hace su entrada en el discurso, que Jenny asume algunas claves. No sólo se refiere lateralmente a esta indagación genealógica en un título que parecería arbitrario, sino que la conflictiva ambigüedad que se aprecia en la construcción histórica de la figura de la ninfa, encarna no sólo en la potencia sensorial de las imágenes que la artista crea, sino en el continuo nunca clausurado, que se genera al rehacerlas o combinarlas; ese pertinaz aparecimiento en otro tipo de naturaleza que nunca llega a consumarse.
Pero no es sólo la referencia directa a ese elemento lo que conduce del texto a la poética de Jenny o viceversa. Sería pertinente usar el concepto de imágenes cargadas de tiempo que propone Agamben, para hablar de los videos de Jenny, o más bien hablaríamos de esa sensación de desasosiego al mismo tiempo pregnante e incómoda que estos tienden a provocar. Este sentimiento está ligado al cuerpo en ese estadío de vulnerabilidad, pero también a la naturaleza de los objetos que pueblan los imaginarios de la artista: objetos cotidianos, muchos extremadamente familiares (tablas de planchar, periódicos, juguetes, comidas) que, puestos en un entorno raro, alterados en su formas o parcialmente destruídos, refuerzan ese extrañamiento y nos afectan creando una rara combinación entre una belleza anómala y cierto rechazo. De Agamben también resuena la idea de imágenes cargadas de energía, entes con un pathos que se temporaliza y nos trastorna. Las imágenes creadas por Jenny cumplen con esa cualidad. Son muchas veces absurdas, pero exigentes. No se enfocan a un referente plausible, sino que golpean directamente a los afectos, precisamente por su carácter evocativo y oblicuo. Hay un tratamiento de la imagen que puede distinguirse por su fijación en estructuras vacilantes y materiales precarios que denotan inestabilidad. En estos mismos términos podría convocarse a lo que Warburg/Agamben denominan pathosform/ “tropos visuales cargados de emoción” cuya fórmula latente al adquirir una dimensión estructural, se repite operando sobre los afectos más allá de cualquier discernimiento. Sin caer en un sicologismo, ese comportamiento que impele a la artista a retomar materiales con historia y a reescribirlos en estructuras que dislocan sus sentidos originales, o el propiciar una especie de suspensión que pone a dichos materiales originalmente vinculados a otros sentidos, a merced de nuevas uniones fortuitas que más que conjugar propician colisiones perturbadoras, se acopla a ese aserto del historiador del arte alemán y habilita esa noción de «fuerza activa» de las imágenes que él desarrolló.
Esas formas de reescritura, o la insistencia en ciertos elementos que retornan, inciden sobre el rol que juega la temporalización de las imágenes acicateada por acciones también repetitivas o sostenidas en un tiempo considerable que las torna inquietantes. Como una especie de patrón que se reitera, su forma de trabajar el tiempo impide acotar una temporalidad, transforma la duración en algo fluctuante que se hace presente en un tejido efímero y contingente susceptible a la mutación constante. Y es precisamente ese tratamiento de la temporalidad uno de los factores que habilita para la poética de Jenny Jaramillo la afirmación de Agamben cuando señala:no es posible distinguir entre creación y performance, entre original y repetición». En la repetición se profundiza el carácter indiscernible de la originalidad, lo que convierte la obra de esta artista en un radical desentendimiento de valores como la originalidad, la trascendencia, la presuposición de la forma, la autosuficiencia…, todos ellos constituyentes de una axiología tan cara a la tradición moderna del arte. Tampoco en la propuesta de Jenny hay un claro discernimiento sobre el devenir imagen tiempo. Operaciones como mezclar, ralentizar, superponer, elegir dispositivos o disposiciones que intensifiquen ciertas tensiones o combinar la imagen en movimiento con otros lenguajes (el dibujo o el grabado por ejemplo), no implica premeditación. Acometer una acción sin propósito aparente que se va articulando y adquiriendo forma, en la medida en que se realiza, es una de las características que sorprenden en la obra de Jenny, precisamente porque de esos aparecimientos imprevisibles dimana la fuerza de esos gestos que se convierten en claves del sesgo performativo de su itinerario. También vale para este análisis el texto de Agamben que hemos estado comentando. El pensador en uno de los acápites señala «la vida de las imágenes no consiste en la simple inmovilidad ni en la sucesiva recuperación del movimiento, sino en una pausa cargada de tensiones entre ambas».












La recurrencia de medios diversos en la muestra “gesto y síntoma”…que se cotejan o entran en colisión, el peso que tiene cada elemento, incluyendo la disposición, en una densa trama discursiva que apoya y complementa el flujo de sensaciones, colocado en el centro de la producción de sentidos, constituyen elementos fundamentales para levantar la potencia de la puesta en escena.
Pudiéramos decir que en ese continuo que va de una pieza a otra, sorteando las fijaciones con ciertas fechas, obras emblemáticas, lugares de exposición: que evade esas determinaciones sin soslayarlas o que sucede convirtiendo esas contingencias en reminiscencias espectrales que actúan discretamente, radica lo que podría convertir la obra de Jenny Jaramillo en un solo bloque que eventualmente se manifiesta en una multiplicidad contingente. Se trata de ese peso de lo Uno, la actitud, el comportamiento, lo que está en la raíz de todo su itinerario.
Otro de los conceptos pertinentes a este análisis que el texto de Agamben maneja es el de imagen dialéctica. Esta es una categoría que se refiere a tiranteces estructurales que canalizan determinados efectos subjetivos, pero se refiere también al vacío o más certeramente al vaciamiento que se produce en los objetos cuando «se atrofia su valor de uso» y se convierten en «cifras simbólicas que traen sobre sí significaciones». Aparecen entonces como «imágenes de intencionalidad subjetiva».
Creo que esta frase anterior es significativa para la obra de Jaramillo, cuyo proceso —y esto está muy claro en la muestra— queda a expensas de esos restos, a veces fragmentos o archivos de otras obras (la piel, las galletas, las bolitas de fuego que atrapan el sentido de lo que se quema pero deja algo como presencia o huella), que adquieren el brillo propio de intencionalidades dispuestas a evacuar un sentimiento escurridizo pero potente. La relación con las piezas originales se produce, pero a la vez, el vínculo espacial o en términos de presencia, que estas adquieren con otras obras, la superposición o el énfasis que modifica drásticamente su relación con el original, les concede un tipo especial de pregnancia. Son huellas que desarraigadas de contextos precisos se abren a relaciones diversas y son susceptibles a ser apropiadas de manera sensible.
Hay que agregar que el carácter efímero y la condición provisional que atraviesan el itinerario creativo de esta artista, hace que, concretamente, la mayoría de las obras desaparezcan como entidades materiales. De ese modo se disponen manifiestamente a procesos de alegoresis abriéndose eternamente y de manera no perecible a nuevas existencias.
La interpretación de Benjamín a la que Agamben recurre, no contempla ni esencias ni objetos, sino imágenes. Pero lo que es decisivo en sus tesis es que estas imágenes se definen a través de un movimiento dialéctico que es captado en el acto de su suspensión: lo que fue se transforma en el ahora, que es también confuso, inseguro y provisional, tal y como se presentan y existen las imágenes en el discurso creativo de Jenny Jaramillo. La pura existencia de estas entidades espectrales responde a la noción de imágenes dialécticas ya que muestran esa «oscilación no resuelta entre un extrañamiento y un nuevo acontecimiento del sentido».
Pero hablando concretamente de los criterios rectores de la muestra, resulta muy importante entenderla como un conjunto de articulaciones indisociables. Esa es la idea por la cual la distribución espacial no distingue tiempos ni sucesiones. Aunque hay obras históricas convertidas ya en patrimonio, que responden a una temporalidad distinguiéndose como obras tempranas en la trayectoria de la artista —como en el caso de las pinturas— la mayoría de las piezas se vinculan formando una especie de bucle donde se enfatiza más bien un itinerario conceptual y poético.
La muestra de Jaramillo era muy reticente a desarrollarse de manera cronológica. Tampoco quería puntuar hitos ni elaborar una lectura alusiva a determinado trayecto. Los énfasis orbitan sobre el pathos que ciertos elementos transmiten, reconfigurados, pero siempre presentes. El efecto de esas presencias que retornan, se intensifica por la manera en que se consuman en medios diversos: el dibujo, el grabado, el video, o en el modo en el que se instalan otorgando al dispositivo la facultad de acentuar determinadas sensaciones, disponiendo al espectador, a su cuerpo, a una forma especial de relacionarse con el espacio y con cada pieza. la obra. Jenny Jaramillo entabla una relación peculiar con todo aquello que implique un hacerse en el acto mismo de ejecutar, un afán que va adquiriendo cuerpo en la medida que actúa dando forma a determinado material. Ella le otorga un sentido particular al gesto que adquiere un cuerpo en el espacio y condiciona al cuerpo a tomar una determinada posición, siempre incómoda y demandante.
Hay otras recurrencias en la poética de Jenny Jaramillo que acentúan esa fuerza que dimana de sus obras. Una de ellas se refiere al hacer in situ, y eso merece una consideración. Las vertientes que profundizan en las morfologías del site specific, complejizan esta noción con una idea de espacio vinculada a un conjunto de dimensiones históricas, económicas, sociales y culturales, que ponen al espacio en una órbita más allá de sus cualidades físicas y de los límites que estas ponen en juego. En el caso de la obra de esta artista el espacio específico, tal y como ya hemos señalado, guarda, sobre todo, una serie de connotaciones afectivas atrayendo las experiencias vividas en ese lugar. Estos elementos no están explícitamente indicados, sino que hay que toparlos en el periplo sin orden fijo, que el espectador emprende cualificando la singularidad de su experiencia.
El espacio se proyecta como un tejido con determinadas marcas en su propia piel. Son esas experiencias las que distribuyen y señalan a determinadas condiciones que habilitan dicho espacio como enclave afectivo y también como un ente material que establece sus propias demandas en relación con su estructura y cualidades físicas.
Esta manera de concebirlo determinó algunas decisiones, por ejemplo, abrir ventanas que cancelaran la división de los pabellones permitiendo la comunicación física entre los mismos. Otro elemento fue pintar la vieja puerta en la pared y superponer a dicha pintura (realizada por Patricio Ponce), el video en el que la artista atraviesa el pasillo con los troncos a sus espaldas en un esfuerzo sobrehumano por sostenerse.
Otra manera de encontrar formas alternativas de relación de las piezas con el espacio fue distribuir textos alusivos a las obras en las paredes laterales con un tipo de diseño gráfico que refuerce el sentido huidizo y de hallazgo, que debe primar en la expectación. Ninguno de los textos está ubicado en una relación específica con la pieza que corresponde. Están dispuestos para que los espectadores busquen el vínculo y se desplacen, para que les incentive a explorar y a conectar más que disponerse a una orientación convencional.
Aunque parezca paradójico la obra de Jenny Jaramillo está llena de guiños a la tradición minimalista, pero invirtiendo el carácter geométrico, frío y ascético del mismo con una densa carga afectiva. Esta relación se muestra en la preferencia por las reiteraciones, la serialidad a la que recurre, la condición no neutral de materiales y espacios, las descripciones de las obras. También en la dimensión situacional que les vincula a un sentido espacio temporal y a condiciones específicas de la expectación.
La metodología o creación de una situación afectiva y de confianza que impulsó la concepción de la muestra puede palparse en el siguiente punteo. Fueron estos acuerdos o comentarios que surgían en nuestras conversaciones los que alumbraron decisiones, trabajando siempre con la mira en el espacio específico y en sus implicancias.
- Trabajo en preguntas
- Lo que le da placer
- El lugar de la instalación
- No videoasta, ni exceso de documentación
- Importancia del performance
- Pensar en dispositivos y en el montaje (monitor más que proyección grande), dispositivos disruptivos de ciertas lógicas que apunten a la coherencia en su forma más convencional de manifestarse.
- Pensar en videos casi como un montaje de imágenes, más que como sucesión
- Lugar de la imagen fotográfica en los dibujos
- Pensar en las imágenes de sus videos emblemáticos, casi imágenes sin movimiento. ¿Qué junta esas imágenes? ¿Cómo presentarlas? No hay estructura narrativa
- ¿En qué contexto se puede utilizar la morfología de video performance?
- ¿ Qué provocan sus acciones?
- Trabajos que tienen relación con la pintura, el camuflage. Objetos, cuelgues.
- Trabajar casi desde el vestigio. ( Roberto Jaramillo con la piel)
- Imaginarse desde la antiforma
- Retomar cajitas de cartón ( Dalgo)
- Pensar en objetos parlantes
- El performance la alejó de ciertas prácticas objetuales, provisionales, situacionales que le inspiran mucho.
- Retomar cosas que no se han visto mucho
- Trabajo con tablas de planchar,
- Nociones : espacio específico, materia, vestigio, antiforma, imagen sin narrativa, temporalizadas, ralentizadas,objetos o gestos que le estimulan.
- En vez de reciclaje retomar la potencia de la ropa reciclada
- Proceso de autorreflexión que se revela o encarna en determinadas materialidades.
- Guiarse por tipologías posibles. Trabajar con ellas en el espacio y disponerlas de modo que no sean agrupables, sino que ocupen un lugar que siga la impronta de la muestra.
Una incertidumbre productiva puebla la obra de Jenny Jaramillo, ese no saber o sentido de estar perdida va configurando y dando forma a su obra desde la inseguridad y el balbuceo. Esta cualidad dota a su itinerario de un prolijo archivo que la va rodeando y que puede seguirse como una especie de camino pletórico de indicios, muchas veces suspendidos en su particularidad, pero transmitiendo siempre una avalancha de estados y una profunda textura subjetiva.
[1] Ninfas, Giogio Agamben, editorial Pre-textos (2010) [2] Todas las citas y entrecomillados pertenecen al mismo ensayo